Traspasas este umbral cuando la noche alcanza su cénit, más allá del lino entre las sábanas, más allá de las páginas desvencijadas que tiempo ha te hablaban. Una eternidad es lo que te separa ahora de aquellos efímeros días de vigilia.
Absorto en tu enajenación, te abandonas al torrente inconsciente que te envuelve con violencia; ya no necesitas toda aquella polvareda de memorias esclavas en una realidad baldía.
Alza la vista: un firmamento luciente de multitud de estrellas bienaventura tus pasos; te adentras en la tierra de los sueños. Enseguida te sobrecoge el oleaje tempestivo y voraginoso de una gran vastedad oceánica, donde las corrientes oníricas te transportan a la magia que duerme allí en las profundidades.
Buceas entre una marea efervescente de burbujas que te draga hacia el abismo abisal bajo tus pies. Allí te atrapan las sombras serpenteantes que oscilan como tentáculos, voraces de soñadores. Es una sensación anárquica y caótica, un cosquilleo electrificado que sacude tu cuerpo entero, reduciéndolo a un escalofrío ahogado en la sangre bullente en tus venas. Pronto alcanzas el éxtasis, y el ardor opiáceo que te enloquecía... ¡implosiona! Tu mente se proyecta hacia el vacío a una celeridad vertiginosa, pierdes las nociones del tiempo y del espacio, y todo se sume en un inmenso universo obsidiana. Todo en derredor se detiene hasta aletargar cada centímetro de tu ser. Entonces sobreviene la ceguera que abre tus ojos y el silencio reverbera con un eco en tus labios.
Aquí, en esta hoja de papel en blanco, escribe la verdadera pluma de la imaginación. Emprendes una fantástica aventura hacia el helor glacial y los parajes esteparios del norte; hacia el horizonte de poniente donde muere Céfiro; hacia los áridos desiertos por los que el mundo cae. El albor aurífero de un nuevo despertar está esperándote.
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